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El Arte tiene mucho que decir

Por César Gabler

Vivimos en una ciudad y en unos medios que nos repletan de estímulos. Sin embargo, la sobreestimulación está muy lejos de hacernos más atentos al entorno y, qué decir, a nosotros mismos. Parece más bien que todo confabula para mantenernos en una distracción permanente, ajenos a lo que nos rodea y a nuestro ser más profundo. El diagnóstico no tiene nada de nuevo. Es quizás la forma en que continuamente se expresan, cada uno en su lenguaje particular, filósofos, sociólogos y gurúes de toda calaña, para describir un estado de cosas que podemos considerar muy contemporáneo, pero quizás se arrastra desde que el hombre se convirtió en moderno y padecemos aquello que en grandes términos se denomina modernidad.

El arte tal vez tiene algo que decir y es que, en ciudades como las nuestras, amenazadas por la delincuencia, autopistas de alta velocidad y contaminación acústica y visual, la posibilidad de que una imagen, la de una obra artística, despierte la conciencia y el interés parece utópica. Y sin embargo no lo es, al menos no lo creemos nosotros. Y es que una obra artística bien emplazada y mediada adecuadamente -para que el público comprenda sus claves y la necesidad de tenerla en ese espacio- puede marcar la diferencia.

El arte se puede convertir, en primer lugar, en un sencillo punto de encuentro, no es poco. Pensemos lo que ha hecho por la ciudad el “pilucho del Estadio Nacional”, o en su momento, la hoy denostada Plaza Baquedano, con su figura ecuestre, notable por lo demás, realizada por Virginio Arias. Hay en esos dos ejemplos, y podríamos citar muchos -de Santiago y otras ciudades del mundo- una cualidad que hace que el arte marque una inflexión en el espacio y se convierta en punto de entrada para la ciudad, una forma de darle identidad estética y barrial, marcando señas específicas, sensoriales, para que podamos ubicarnos y no perdernos en ella. Sentirnos identificados con signos atractivos que nos pertenecen.

Pero alguien podría alegar que un edificio de gran escala, un parque, o cualquier otro accidente podría cumplir la misma función. Bien, sin embargo, aparece otro aspecto, y es que el arte -el de calidad- propone una mirada del mundo, una estética, y a veces su complejidad, que puede despertar la extrañeza o la suspicacia del público, puede terminar instalando una nueva manera de entender las cosas; estética, poética, existencial. Una obra puede llevarnos a ver con otros ojos el lugar que la rodea y a entender que la belleza, que la visualidad, que las formas, pueden tener una presencia y un desarrollo que antes de esa obra nos parecían impensables. El arte como un lugar que enseña otros mundos posibles.
Las obras entonces abren puertas en momentos en el que estas parecen cerrarse.

Y, por último, en una ciudad como la nuestra, en la que no abundan la buena arquitectura y sobran el vandalismo y los proyectos fallidos, el arte puede paulatinamente marcar la diferencia, hacer que aquellos lugares donde fracasó la planificación porque no existió o fue incapaz de contener los despropósitos más variados, las obras de arte pueden dignificar y cambiar la cara de la ciudad y el ánimo de las personas. Al menos la visión que esas mismas personas tienen de sus propios entornos. El arte entonces no es una simple decoración o eventualmente una obligación de carácter divulgativo. Pensemos en los monumentos que adornan y a veces hay que decirlo afean algunas plazas. No, el arte se ofrece como una oportunidad de sentido en una ciudad que a veces parece no tenerlo.

No es poco.