Por César Gabler
El pajarito Fiu se convirtió en la mascota de los panamericanos. Aunque hasta la fecha de su designación el ave que la inspiró, conocida como siete colores en nuestro país, era un secreto de ornitólogos y aficionados, es probable que su presencia en camisetas, pendones y corpóreos despierte el interés por su menuda figura de 10 centímetros, sus colores múltiples, su hábitat. Así sea.
Invitado a recrear su presencia en la Villa Panamericana, el escultor Francisco Gazitúa tomó una decisión acertada, no reproducir la mascota. Tratándose de un artista como él debiera ser obvio, pero ni tanto. Su caballo corralero en La Dehesa parece algo excesivo, un caballo de troya instalado en el medio de la calle que parece abalanzarse hacia los que transitan en auto y se encuentran de pronto con su figura: mecánica, imponente, amenazante. En grado menor, seamos justos.
La escultura de la Villa Panamericana es otra cosa. Desafiado a instalarse entre edificios, Gazitúa eligió un signo leve, la pluma. Como en las embarcaciones escultóricas -a las que es tan afecto -como aquella de Apoquindo frente al Estadio Italiano, o la del edificio Omnium- esta pluma comparte igual vocación formal. Interpretaciones artísticas con impronta técnica, esculturas que le deben más a Eiffel y la arquitectura del fierro que a Rodin.
Ensamblada por el propio artista en su taller en Pirque, parece sin embargo una pieza de ingeniería, como salida de un hangar impoluto y full equipo y no del lugar donde se creó, un galpón instalado en un cerro agreste. Cada una de las partes que componen la pluma: bandera externa e interna, raquis, vexilio, cañón; han sido aisladas y geometrizadas, sin perder, en el camino, su identificación con el referente. Un equilibrio formal que el maestro maneja con pericia. El resultado final adquiere la traza de un puente instalado de forma vertical o un elevado rascacielos. Gazitúa logra así, transmitir un impulso ascendente y ligero que no pierde fuerza en su entorno, cosa que suele ocurrir con las esculturas instaladas en espacios arquitectónicos.
El color de la obra, a cargo de Angela Leible, esposa del escultor y destacada artista, aportan el colorido variopinto que caracteriza a Fiu, acercando a la obra, a los proyectos del Antony Caro de la década 60, con su uso de metal, síntesis abstracta y color. Un aporte.