Por César Gabler
Artista de amplia y reconocida trayectoria, Josefina Guilisasti viene hace tiempo convirtiendo sus proyectos artísticos personales, en instancias de desarrollo colectivo. Para Desborde, su exhibición del Bellas Artes el 2019 contó con la colaboración de la geógrafa Pilar Cereceda, el antropólogo Horacio Larraín y la historiadora Catalina Valdés. En Phyton Morhe, su última individual en Patricia Ready compartió el espacio y la autoría con Paula Subercaseaux y un grupo de artesanas (Inés Villalobos, Ruth Méndez e Hilda Díaz) que fueron empujadas y asesoradas por la artista a llevar su trabajo a otro límite. En Madrid, en la Galería Lucía Mendoza un grupo de bailarines interactuaron con su muestra, “El mar se viste de pluma y el cielo de rojo”, dramatizando coreográficamente el contenido de la exhibición, un episodio trágico en la historia de las empresas coloniales que costó la vida a miles de pingüinos. En los tres casos la artista cedió la palabra a otras voces, no para opacar la suya, para ampliarla, para matizarla. Una pregunta ahí, por el ego, y la noción tradicional de creatividad.
A Josefina Guilisasti le fascinan también los objetos. Ni pasión materialista ni seducción pop, en su obra: antiguas porcelanas de familia, alfombras persas, piezas cerámicas patrimoniales, son depositarios de alguna tradición: familiar o colectiva. Su presencia – o su destrucción- plantean entre otras muchas interrogantes una que siempre nos golpea con su urgencia: la vida y la muerte. No es extraño, que esté próxima a inaugurar la exposición “Memento Mori”, (recuerda que morirás en latín) una colectiva que reúne obras de Catalina Bauer, Andrea Breinbauer, Marcela Correa, Justine Graham, Josefina Guilisasti, Nayadeth Núñez, Alejandra Prieto, Francisca Sánchez y Paula Subercaseaux.
Fiel a su vocación interdisciplinaria, Josefina convocó a la museógrafa Josefina González y el curador Sergio Soto Maulén y les propuso trabajar a partir de una pintura de Demetrio Reveco (Chile, 1862 – 1920), un bodegón en el que cuelgan de sus patas o pescuezos un grupo de aves muertas, una escena venatoria que sigue los dictados de la pintura holandesa y los adapta con la fauna y sabor local. Bella pieza que conjuga el oficio pictórico y el trabajo de la muerte.
Es curioso -y muy atractivo por cierto- el pie forzado. Demetrio Reveco no es un pintor muy conocido entre el público promedio…
La pintura de Demetrio Reveco apareció en un remate. Consideramos que era muy importante darla a conocer, ya que es muy bella y muy interesante. Es desafiante cuestionarse algo del presente a través de una pintura de finales del siglo XIX. La distancia histórica te permite poner en perspectiva los fenómenos que hemos aprendido por costumbres o tradiciones, como por ejemplo en este caso, la forma de entender la muerte.
Y aquí la comprensión surge de modo colectivo, invitaste a nueve mujeres…
La mayoría son artistas, pero existe Nayadeth, una artesana de Quinchamalí. Trabajé con ella hace algún tiempo en la exposición del Centro Cultural La Moneda llamada ‘Quinchamalium Chilensi’ 2020. Me interesa y he trabajado durante muchos años en el diálogo entre artistas y artesanos. Es importante que existan instancias más visibles donde se encuentren los oficios, las artesanías, el arte contemporáneo, las piezas patrimoniales, entre otros fenómenos culturales. Así poder repensar sus límites, diferencias o equivalencias. Estamos en una época de reformulaciones.
En tu trabajo eso es evidente, particularmente en relación al rol que ejerces como autora y líder de los proyectos, ¿cómo resuelves la presencia de cada artista en la sala?
Como había un diálogo más o menos horizontal, siempre hubo transparencia sobre el espacio disponible. Poco a poco íbamos conociendo las ideas o proyectos de las artistas. Ese diálogo fue muy fructífero ya que de alguna forma todas se acomodaban entre sí. La galería de alguna forma fue creciendo y modificándose con las obras.
¿En Memento Mori, cuál es tu rol?
El curador, Sergio Soto, está a cargo de trabajar con cada una de ellas y sus obras. En conjunto con Josefina González, la museógrafa, van a armar el relato de la exposición. De todas formas, hemos ido compartiendo nuestras ideas constantemente. Siempre fue muy importante ejercitar un relato colectivo y salir de ese espíritu individual que envuelve a la práctica artística. Quizás por eso el pie forzado era la pintura de un sujeto muerto.
Así evitas una suspicacia, mal entendida a mi juicio, respecto al rol de los artistas que organizan exhibiciones
Es un trabajo en equipo y colaborativo. Prefiero pensar que todas tuvieron un doble rol. Una forma de lidiar con ellas mismas en intimidad, y otra forma de lidiar como parte de un colectivo.