Por César Gabler
A veces la protesta necesita más del ingenio y de la poesía que de la masa enardecida. El postulado puede parecer conservador, pero en este caso, es revolucionario. Literalmente, revolución=movimiento, algo que aplica para el colectivo peruano Detonador. Integrado por Jose Urteaga, Jose Luis Casanova y Miguel Ponce el colectivo -que suma a otros integrantes dependiendo del alcance del proyecto- es tan conocido por sus piezas colosales -hechas con muebles (un símil volumétrico y contemporáneo del universo Arcimboldo)- como por sus particulares bicicletas hechizas; efectivas y sorprendentes máquinas de propulsión humana que han transformado la protesta, en un arte en movimiento.
Motor Humano
Quien conozca Lima, sabrá que su exquisita gastronomía y sus numerosos rincones históricos vienen acompañados de un ruidoso -y por momentos caótico- sistema vial. Bocinazos, riesgosas maniobras de autos, de buses o de motos y una casi permanente sensación de riesgo acompaña la circulación del viajero en algunos puntos críticos de la ciudad. Para el colectivo Detonador, sin embargo, aquello estaba lejos de ser aceptable. Conscientes del problema, y con más ganas de aportar a una solución que limitarse a la queja idearon una propuesta integral: proponer el uso de la bicicleta de un modo sorprendente.
Junto al colectivo teatral La Máquina, idearon una propuesta de teatro callejero y activista: Recorrer la ciudad montando enormes y singulares bicicletas. Construidos con partes en desuso, las máquinas resultaron extrañas, gigantes y singulares. Montados en aquellos artefactos -absolutamente funcionales pese a su aspecto- los teatristas realizaron un carnaval callejero, que no solo interrumpió el tráfico, también volvió visible la bicicleta como una posibilidad. Estas acciones comenzaron el año 2015 y se han repetido en distintas circunstancias a lo largo de los años siguientes. Cambian fórmulas y recorridos, pero el espíritu sigue intacto. Quizás porque tras el diagnóstico crítico que se resume en contaminación y tránsito caótico la solución sigue resultando tan cercana como desatendida: preferir la bici. En palabras de José Urteaga, el cerebro escultórico del colectivo Motor humano es un espectáculo de teatro de calle que combina bicicletas gigantes, esculturas rodantes, acrobacia y música en una performance que promueve el uso de la bicicleta en la ciudad de Lima”.
imágenes: https://www.joseurteaga.com/motor-humano-peru
Pero aquello, claro está, solo apunta a la dimensión política de la obra. Es cierto, las máquinas fabricadas por el colectivo participan de un espíritu doblemente utilitario: el transporte y la propaganda, sin embargo, son mucho más que eso. En su demencial lógica multiplican las posibilidades potenciales de las partes sobrantes de bicicletas descartadas. Material en desuso, chatarra, que se recicla con una lógica formal que desatiende cualquier referente y manipula la “bicicleta ideal” hasta volverla irreconocible. Las estructuras metálicas se convierten a veces en fragmentos de casi extraviada funcionalidad e indudable ingenio formal, recordándonos como la arquitectura y escultura moderna se inspiró en las formas -libres de todo esteticismo- propuestas por los ingenieros del s.XIX, Eiffel quizás, el más ilustre de todos. Algunas máquinas, rosan el absurdo, y semejan esos experimentos, lúdicos e ingeniosos a partes iguales, que aparecen en festivales de curiosidades. Pero la vinculación entre la forma y el propósito, las saca de la humorada, para hacerlas militar en las filas de la política urbana, en una combinación que las sitúa en la estela del suizo Jean Tinguely o del belga Panamarenko. Obras artísticas sin vocación de serlo.