Por César Gabler
El pretexto es, una exposición dedicada a las Hermanas Mira, en el Centro Cultural El Tranque. Su curadora, Ximena Zomosa es una artista de vasta trayectoria, que, a su trabajo en las artes visuales, con decenas de exposiciones, suma una dilatada trayectoria, como gestora en la Corporación Cultural Balmaceda Arte Joven desde 1998. No es casual que haya asumido la curatoría de una muestra que tiene como eje a dos destacadas- y algo ensombrecidas- pintoras chilenas del s.XIX, tampoco que haya sumado al proyecto a un grupo de jóvenes artistas femeninas del s.XXI. Arte joven y feminismo, son dos preocupaciones de la artista. También los lenguajes plásticos y su poder de significación -y de fascinación- porque Zomosa, cuya carrera comienza en la década noventa -en sus años de estudiante en la Universidad Católica- es una artista que combina con naturalidad la dimensión conceptual con la dimensión sensible. Apunta al tacto el ojo y el intelecto con igual interés. Interpela al público especializado y al neófito con cariño y voluntad democrática, y está, desde luego, la parte emocional, nostálgica, sentimental, que brota de sus obras a partir de objetos y de materias, a veces tan cercanas como el pelo o la ropa…
Cuando aún estabas en la universidad comenzaste a hacer trabajos en los que combinabas materiales en desuso, con tus experiencias biográficas
Sí, la verdad es que lo autobiográfico se presentaba como una temática, un tópico importante como al haber decidido ser artista y en realidad las reflexiones sobre los objetos y sobre el entorno del arte fueron como la primera razón de salirme un poco de los materiales de las bellas artes y hacer investigaciones en barrios que vendían otro tipo de materiales que estaban destinados a otras cosas, como la costura del barrio Rosas con las telas por kilo, las tiendas de hilos, de pasamanería, de alguna forma manualidades decorativas que en general eran realizadas por mujeres. Otro sector importante para mí de investigar el objeto y su relación con el arte fue el mercado persa, el Franklin, que en esa época era efectivamente mucho más de las pulgas y mucho más persa. Se podían encontrar cosas muy baratas y ahí busqué y encontré varios marcos en desuso, baratos, además, y que empecé a combinar con los otros materiales del barrio Rosas. Entonces se empezó a generar como un diálogo entre el bordado y el marco que fue una investigación larga en el taller de grabado superior y que derivó un poco en la temática del museo imaginario, que fue mi examen de grado.
¿También se colaba una reflexión feminista no?
El tema feminista la verdad es que estaba bastante poco consciente, fue de alguna forma un resultado que se pudo ver en los trabajos. Por las mismas palabras que yo bordaba, el hecho de ser mujer y bordar, en esa época no había muchos artistas que hicieran, que usaran esa técnica. De alguna manera era como artes menores, hablar de artes menores, no de la pintura, no de las grandes ligas, sino que un trabajo como más soterrado, más subalterno, en el sentido de lo que quedaba un poco detrás de las cosas. Entonces ahí surgieron otro tipo de referente, no necesariamente feministas, sí desde los materiales hubo hallazgos interesantes. Yo te diría que eso fue un poquito más encuentros y conciencia posterior de lo que era feminista. Y sí, me interesa un montón y por supuesto se fue agarrando más vuelo con los trabajos posteriores, más claridad.
Te anticipaste al trabajo de las jóvenes generaciones
Yo lo que veo de las artistas jóvenes actuales es que ellas parten con mucha más bibliografía y mucho más referentes que lo que yo partí. No me atrevo a generalizar en mi generación, porque puede haber otras artistas más informadas que yo en esa época, pero en lo personal fue así. Fue como un poco ir hilando, valga la imagen, entre lo que yo estaba haciendo y algunas problemáticas de género. Entonces fue de alguna forma más instintivo ese hallazgo, ese cruce con el feminismo. De hecho, a mí me costaba denominarme -o autodenominarme- feminista porque sentía que el feminismo era algo más político, como militante. Lo interesante de las generaciones posteriores es que abrieron esa definición tan, digamos, abanderada y la ampliaron a muchas maneras de ser feminista. Entonces como que nos liberaron también las jóvenes de ese arte unívoco y unidireccional, y lo ampliaron a un registro mucho más poético, algo de lo cual yo estoy agradecida como creadora y también como curadora, que tiene que ver con este trabajo que estoy haciendo ahora.
Recopilabas objetos y más tarde aparecieron las prendas femeninas a gran escala
Sí, el objeto y el vestuario de alguna forma se relacionaron de una manera obvia o directa entre esta investigación del barrio Rosas, que ya era objetual, y el vestuario que apareció como una consecuencia de observar ese barrio, ese es el barrio de las modistas junto con Independencia, donde se compran las telas, los accesorios, los hilos, etcétera, entonces era como una consecuencia lógica la incorporación del vestuario como un tema en mi trabajo. Y de ese vestuario lo que estuve eligiendo para generar estos vestidos grandes fue, por un lado, el uniforme de las mujeres, también hay un capítulo autobiográfico donde yo ya dejé de ser una joven estudiante de arte y estuve a cargo de una casa, de una hija, etcétera, y en ese sentido apareció el rol de la dueña de casa. También este rol de la persona que era la ayuda, que es la nana – la empleada doméstica, como se dice más legalmente- y otros capítulos como el jumper, cuando mi hija ya estaba más grande, y esa observación, al uniforme de las mujeres. Aquello fue generando -a través de varios años- vestidos de dimensiones agrandadas, 5 a 6 metros, que finalmente armaron una colección. Esta colección se llamó “Anónimas”. La primera vez que la expuse fue en Matucana 100, el 2021 creo, y el siguiente año en el Parque Cultural de Valparaíso.
Entonces armo una especie de ropero gigante de todo este vestuario que habla, indumentarias que hablan de la subalternidad de la mujer, de los roles de la mujer, y ahí, bueno, la carga más política de esta mirada, se vio más evidenciada, y otras vetas que tiene esto se abrieron también al hablar de otro tipo de mujeres, de otro tipo de poderes, que ya pueden ser más mitológicos, como la diosa del agua, también está la hortalicera Mapuche, que tiene que ver con la mujer mayor de Hualmapu, de la vida mapuche, y la grandiosa, que es una mujer de la Bohemia porteña.
En ese proyecto configuras una galería femenina, lo que nos lleva a tu última propuesta curatorial…
Bueno, la exposición “Lo Común” fue una invitación. La exposición ya estaba definida por el espacio, el Centro Cultural Lo Barnechea. No fue una propuesta, desde cero, sino que fue una propuesta que llegó con un planteamiento que me pareció súper interesante, que era este: relacionar las pintoras Magdalena y Aurora Mira del siglo XIX con artistas mujeres contemporáneas. Sin poner todavía una generación como premisa. Entonces de alguna forma propuse que fuesen artistas del siglo XXI. Me pareció interesante el salto desde el XIX al s. XXI. Creo que podía verse más interesante que los tópicos de las hermanas Mira siguieran vigentes. Si bien había algunas retrospectivas de las hermanas Mira, junto a otras artistas, el enfoque era como un rescate de las pintoras que tuvieron como una especie de destello y después ya no. En cambio, esta muestra, lo que ha logrado hacer -quizás sin proponerlo en un inicio- a través de estos cruces con artistas actuales- es revitalizar la postura de las hermanas Mira, que fue seguir pintando a pesar de no buscar un espacio en los salones, de no seguir insistiendo en eso, dada su condición social y familiar ceñida a los cánones que regían a las mujeres de esa época y que ellas siguieron. Sin dejar de pintar. Eso lo encuentro muy notable y creo que las artistas actuales, si bien atraviesan cruces un poco más críticos: Katherina Oñate o Renata Ayala, que de alguna forma cuestionan roles femeninos domésticos, Luna Morgana a través de sus modelos, también subvierte la idea del retrato clásico, al mostrarnos la juventud de ahora, no sé, códigos de vestuario, incluso de identidades sexuales fluidas. Mientras que Trinidad Navarro y Valentina Davidson, desde el objeto surrealista, también están hablando de las mujeres. Lo mismo Daniela Contreras con su textil, va también a aportar desde técnicas antiguas, cómo las artistas pueden libremente elegirlas actualmente y hacer una propuesta desde la maestría, desde la perfección técnica.
Y tú año como artista, ¿trae novedades?
Bueno, como artista, lo más próximo es mi participación en la Bienal de Valparaíso, donde estoy elaborando un proyecto de un vestido gigante, del que no quiero dar detalles para que sea sorpresa, pero que tiene la característica de algunos trabajos míos del último tiempo, que es realizar con ellos una procesión. Entonces, la idea sería vincular dos espacios dentro de la ciudad, a través de este recorrido del vestido, un recorrido no solo simbólico, sino que también físico, que se realiza por la calle, y trabajar con un grupo de artistas del mundo de la música y con un grupo de artistas del mundo de las artes visuales, que serían también invitados a intervenir en este vestido. Bueno, al ser Valparaíso una especie de lugar muy inspirador para muchas generaciones de artistas, poetas, músicos, qué sé yo, hay ahí un legado muy grande, grabadores, una larga historia la de Valparaíso en relación con las artes. Entonces, bueno, está en pleno desarrollo, y es bastante luego, en el mes de mayo, junio, por ahí. Y el otro proyecto es una exposición en el Mavi UC que tengo para el próximo año, que ya está definida en proyecto, pero que falta materializar y sobre todo habitar el espacio del museo como una propuesta transformadora.
¿Y cómo proyectas esa exposición?
Me gustaría generar una atmósfera distinta y también vinculada hacia un espectador que pueda vivir una propuesta -desde el femenino- de una manera nueva y de alguna forma, citando trabajos anteriores. Así que son dos desafíos grandes, pero súper contenta de poder realizarlos y demostrar o mostrar que hay una vigencia en la creación actual y también una llegada sensible; que la percepción no necesariamente pasa por una conceptualización rígida, sino que las obras siempre tienen diferentes capas. O sea, puede haber lecturas muy antropológicas y también lecturas muy sensibles. Puede ser un niño que disfrute mucho una exposición en la que estoy pensando por el impacto, por ejemplo, de la grandiosidad de algunas propuestas de vestuario y otro espectador más desde lo intelectual. Entonces, eso es un juego que a mí me gusta mucho, que las obras tengan diferentes capas de lectura y de acceso a ellas. Eso podría decirte de mis trabajos próximos.