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Arte en Situación de Calle

18 de agosto de 2023

Por César Gabler

Vivimos una crisis general de confianza. Nada nuevo decirlo. Si antaño se podían invocar los símbolos patrios o las figuras históricas, como hitos de arraigo colectivo, hoy aquello parece muy poco probable. Al contrario, la historia genera más disputas que consensos, los 50 años del Golpe como botón de muestra. Ya no hay lugar para héroes de papel, ni de bronce. Y es que más allá de los vaivenes políticos, hace ya mucho tiempo la idea de heroísmo, en sus versiones militares o republicanas, representa un ideal lejano, cuando no obsoleto. Pero aquello no ha terminado con la inquietud por lo monumental. Si antaño se podían erigir -con certeza compartida- estatuas a héroes o presidentes fallecidos -hombres casi siempre- hoy esa energía se desplaza a causas, conglomerados o identidades. Aunque no siempre cuenten con el beneplácito de la audiencia a la que van dirigidos. Porque claro, las redes sociales divulgan la opinión ciudadana. Y pueden arruinar la ambición del comité mejor intencionado.

Ocurrió hace unos meses atrás con el monumento erigido en Boston a Martin Luther King. La obra, inspirada en el abrazo que el activista le dio a su esposa tras obtener el premio Nobel de la Paz, parecía un acto sexual en medio del parque. Eso al menos pensaron miles de usuarios en redes sociales. Y luego una comediante en televisión. En cuestión de horas, la escultura de 10 millones de dólares pasó de monumento a meme monumental.

Los monumentos que nos quedan

“Yo creo que no sería necesario ‘recuperar’ los monumentos, no estimo que se hayan perdido realmente. Simplemente creo que se han instrumentalizado de muy mala manera, y que -en las últimas décadas- han sido depositarios del ‘culto a la persona’, dejando de lado el valor de las ideas, que de alguna manera siempre dialogan con lo colectivo.

En algún momento el monumento pareciese haber sido raptado por el ejercicio del poder” Reflexiona el reconocido artista Cristián Salineros, que a su vasta experiencia como escultor -con obras emplazadas en el espacio público- suma la de jurado en certámenes de la especialidad.

Felipe Zegers, uno de los responsables del reconocido festival Hecho en Casa, tiene otra perspectiva del fenómeno. Responsable de un evento en el espacio público, animado por un espíritu lúdico y un exitoso afán convocante cree “que la escultura pública es una experiencia, que corresponde a la obra, a lo que quiere decir. Pero nada de eso tiene sentido si no hay alguien que pueda verlo, alguien que quiera interpretarlo.” Sin duda ahí está la parte más compleja de esta ecuación. Todo monumento supone -implícitamente al menos- un destinatario, un público, una comunidad de espectadores llamada a descifrar y a hacer suyo aquello que se dispone en el espacio compartido. Y que además puede contar con financiamiento público. Porque una cosa es el arte en espacios dedicados a ello y otra muy distinta, el arte “en situación de calle”.  Y agreguemos, en la época de las redes sociales.

No nos representa

En cierta medida, una escultura en un museo o en una galería, se encuentra regida por las claves y convenciones del mundo artístico. El público es el invitado. Cuando la obra pasa a la calle, los papeles se invierten, el arte se vuelve un intruso, un objeto que invade el espacio público condenado a despertar adhesiones o rechazos. O indiferencia. Si hablamos de monumentos, aquello se vuelve más sensible aún, porque se trata de piezas con vocación de vocería social. ¿Qué pasa, entonces, si la comunidad a la que va dirigida la obra se siente indiferente u ofendida con aquello que debía representar su historia o ideario? Es lo que ocurrió el 2017 con «Homenaje al Salitre» del escultor Carlos Costa. Emplazada en la ruta A16, en medio de la Pampa, las dos estructuras que conformaban la obra, aparecían como grandes vallas divisorias. El objetivo del artista era apelar a la historia y la contra historia del salitre. Su reflexión resultaba coherente con la propuesta y así ganó entre los 90 proyectos que se presentaron al concurso público. El problema era otro.

Porque el homenaje, era un monumento destinado al pasado -doloroso-de una comunidad que no fue consultada. Tras el emplazamiento de la obra vino el casi inmediato rechazo público, un repudiable acto incendiario y en diciembre de ese año un gesto elocuente. Un grupo organizado se instaló frente a la escultura con una pancarta que afirmaba “No nos representa”. Más claro imposible.

Tiempo y Escala

No es fácil el problema. La solución más obvia, pasa hace tiempo por involucrar a las comunidades en la gestión y reflexión sobre los proyectos públicos que ocurrirán en los espacios en que habitan. Ser parte de la deliberación y reflexión en torno a los contenidos y las formas. Una negociación sin duda entre artistas y patrocinantes y por otro la comunidad que acogerá las propuestas.

El monumento por su permanencia exige un compromiso muy distinto al de una pieza artística efímera, que puede actuar como una provocación. Felipe Zegers precisa “La intervención urbana, tiene la característica de ser temporal y muchas veces se acopla o suma a una escultura pública. Como la flecha gigante que decía “UD está aquí” que instalé en el año 2012, arriba de la escultura a Baquedano. La escultura como todos entendemos, tiene un lenguaje. Es el hecho de posicionar algo en un lugar público, que está a la vista de todos los transeúntes, y eso en sí lo hace un objeto para el cual opinar. Eso ya es una experiencia y después le contamos a los amigos, le contamos a la familia o se publica en las redes sociales.”

En ese ámbito la sorpresa, y el juego se celebran o al menos se toleran. Distinto es cuando la pieza ha venido a quedarse, como portavoz permanente. Portavoz no autorizado y raro a veces, para el ojo común. Cristián Salineros apunta al respecto:  “No hay que olvidar que un monumento es básicamente una construcción humana que recuerda algo, y como todo recuerdo hay algo de imprecisión en ello, difuso por el tiempo , especulativo e interpretativo (para bien o para mal) y  por lo tanto simbólico. Por otro lado, la idea de monumento carga muchas veces con el mal entendido de lo ‘monumental’, como si la escala de las cosas determinara el valor simbólico de lo contenido en un monumento, me gustaría pensar también que un monumento puede caber en mi bolsillo, y no por eso ser menos relevante que uno que no quepa en mi mirada.