Por César Gabler
La atracción de lo prohibido, o de lo oculto, aparece como una de las tantas formas posibles de aproximarse a esta obra. Para el transeúnte desprevenido la imagen no puede ser más curiosa. Una valla apuntalada por escuadras de palo en el medio del parque Balmaceda, rodeando la pileta, que luce usualmente descubierta. Ahora lo que se observa es un bloque, como un vagón, sostenido por unos limpios y frágiles maderos, ¿Se estará construyendo algo? ¿Una remodelación del parque? Tal vez la curiosidad no logre movilizar al transeúnte quien siga su camino sin inmutarse si lo hace, se llevará una sorpresa. Porque lo que hay ahí, es tan simple, como singular. La fuente, que lleva casi cien años instalada (se inauguró en 1931), se encuentra tapiada por unos tabiques recubiertos en su interior con una película reflectante. Lo que desde afuera aparece como una simple defensa de los curiosos son las paredes de un recinto que en su interior se ofrece como un particular espacio de contemplación. Sensorial y patrimonial. Ya veremos por qué.
Al ingresar, si la curiosidad es mucha, hay que hacerlo con botas de agua. Porque la invitación es a caminar con los pies en el agua. Así continúa una experiencia, literalmente inmersiva. Desde el interior ya no es posible ver el parque ni la calle, solo reflejos deformes. El exterior esta clausurado y lo que hay es un pabellón cubierto por lo que parece un espejo de feria, en el que se reflejan tanto el agua, como las siluetas de quienes transitan a paso lento por el agua. La pileta sigue funcionando, e invita al transeúnte a hacer algo prohibido regularmente. Por unos días, la experiencia estaba programada hasta el 16 de julio, el protocolo habitual se canceló, para activar otro. Como en un carnaval.
Proyecto de Camilo Palma, de la oficina de arquitectura Abarca + Palma, el Pabellón de la Fuente es una intervención en el espacio urbano financiada por el Fondart 2019. La pieza altera las condiciones del parque, con un gesto simple y elocuente, para agudizar nuestra percepción al menos por partida doble: Cambia la condición del paisaje urbano -lo que nos obliga a reparar en él- y ofrece un recorrido interior, que estimula vista, tacto y oído. Un templo sensorial si abusamos del lenguaje.
La obra se emparenta con otros trabajos -de la misma naturaleza-realizados en los últimos años. Desde luego con las piezas desarrolladas por María Gabler, quien, con recursos similares, modifica o interviene lugares y recintos arquitectónicos, con fines similares. Recordemos, por ejemplo, su exhibición en Galería Gabriela Mistral, en la cual abrió una ventana tapiada, y proyectó su perímetro, como un extenso paralelepípedo, hasta la calle, para sorpresa (y molestia también) de algunos espectadores.