Por César Gabler
Un escultor que rinde culto a la naturaleza empleando poliestireno expandido y hormigón, materiales modernos, donde los haya, y que mantiene intacta una fe en el progreso entendido como alianza entre el conocimiento y la técnica. Podríamos agregar -y el espíritu- que de seguro estaría de acuerdo. Es Federico Assler, Premio Nacional de Arte, quien, a sus 93 años, mantiene firmes su vitalidad y convicciones. Recientemente inauguró, en D21 una muestra con los materiales que conforman su proceso de trabajo. Rigor profesional y formal caracterizan su hacer. Ahí están, por ejemplo, dibujos extraídos de los cuadernos que desde 1972 organizan su producción gráfica. Todos con espiral y el mismo formato. Como ocurre en sus esculturas, rige en la organización de su labor, una cierta obsesión por la repetición y la diferencia. Tras el empleo inicial de la madera contrachapada, el escultor adoptó el proceso de trabajo que lo acompaña hasta hoy: negativos de plumavit, positivos de concreto. Y ese proceso, cuya descripción sucinta: positivo, negativo, puede vincularse con la fotografía análoga, nos lleva a pensar en uno de sus proyectos más recientes: Cerro Dominador.
En medio del desierto y a solo unos kilómetros de Antofagasta, se encuentra la planta de generación eléctrica Cerro Dominador. Desconozco el por qué del nombre, pero contribuye a la idea de poder, en clave prodigiosa, que emana del complejo. Compuesto por 10 mil espejos (heliostatos) y una torre que supera los 250 metros de altura, la instalación aparece como un ejemplo colosal de arquitectura y tecnología. Se trata de una instalación que emplea energía solar para producir electricidad. Cada uno de los espejos dirige la luz reflejada hacia la torre que ocupa el centro del complejo. En el interior se produce la clase de procesos, que a falta de conocimientos tecnológicos, nos apresuramos a calificar de milagrosos. En la torre la energía calórica se transforma en energía eléctrica. La actividad en el complejo es continua, y a la distancia se aparece como la imagen silente de un misterioso culto al sol.
Fue en su cumpleaños 90, que Federico Assler, en compañía de León Vergara y Guy Wenborne visitó el complejo solar. El artista sabía de él por la prensa y había quedado maravillado ante la torre, un prodigio cuya altura es similar al Costanera Center pero cuyo material es el hormigón a la vista. La fascinación del artista solo aumentó cuando pudo concretar su encuentro directo con el edificio. Dicen que lo abrazó, que tocó su superficie casi en éxtasis. Quizás exageran, o exagero yo, lo cierto es que el maestro de la escultura en hormigón se conmovió frente a aquella pieza de ingeniería, como los modernos lo hicieran frente a la torre Eiffel. De ese éxtasis es hijo el proyecto artístico que inauguró a inicios del 2021.
Dispuestas en el observatorio y espacio educativo que acompaña el complejo, el artista ofició de publicista voluntario y se volcó a la creación de una obra que diera cuenta de su asombro. Un tributo de varias toneladas. Las dos creaciones que instaló en el centro, tras dos años de trabajo, conforman un conjunto escultórico que bien podemos leer como observatorio y homenaje. Ambas esculturas: la columna vertical de casi cuatro metros de altura y el disco de color rojizo, presentan un vacío a la altura del espectador promedio. Pupilas, obturadores, ventanas, pueden ser los términos que podemos escoger para leer aquellas aberturas por donde se cuela la mirada frente al complejo energético. Imponen su régimen de visión, con el ropaje sinuoso de la piel hormigonada. No extraña por lo mismo, que estas obras exhiban una rotunda frontalidad. Son planos extendidos y barreras, en los que se aloja la textura característica que Assler viene haciendo hace al menos una década y que- particularmente en la pieza vertical- da al espectador la oportunidad de observar de manera casi voyerista, una imagen que puede disfrutar con libertad si solo se mueve unos pasos. Interesante. Los volúmenes, junto a otras muchas lecturas posibles, pueden interpretarse como dispositivos de observación. Las formas seducen e invitan a la proximidad. Lo táctil en el artista se ofrece como un anzuelo, captura el ojo desde el tacto y luego controla la mirada, no solo para apreciar su buen hacer, si no para ver algo que está fuera de ella.
Porque la sorpresa del artista frente a un complejo que parece la síntesis de varias de sus obsesiones, es transmitida al espectador a través de un gesto que no es indicial, o lo es en un sentido más amplio. No lo apunta, lo enmarca. Como un buen marco clásico, la decoración -aquí en forma de textura y de color- crea el medio de contraste y la entrada hacia una imagen lejana cuya grandiosidad es señalada por la naturaleza monumental del continente que la rodea. Encuadre, puesta en valor.
El artista, convirtió lo que ya era un panorama interesante, en un destino obligado.