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Entrevista León y Cociña, Los Hiperbóreos

06 de enero de 2023

Por César Gabler

Joaquín Cociña y Cristobal León han hecho de sus apellidos una marca registrada. Trabajan en tándem hace más de una década y han convertido la historia nacional en un universo mítico y espeluznante, combinado con humor negro y sarcasmo político. Pueden ser pequeños cortometrajes animados, video clips para artistas del pop (Camila Moreno o la banda The Smile, el nuevo proyecto musical del mismísimo Thom Yorke) o sus personalísimos montajes barrocos. Sin importar el formato, mantienen su sello intacto y un modo de trabajar que los define más allá de los resultados. Pese a ello, su forma de trabajo, está lejos del horror, y persigue el diálogo con el público y las instituciones que los acogen. Sus exposiciones, son casi siempre, partes de un rodaje o derechamente un rodaje abierto al público, como ocurre por estos días con Los Hiperbóreos en el centro cultural Matucana 100. Siguiendo la estela de su multipremiado largo “La Casa Lobo”, los creadores vuelven otra vez sobre nuestra historia. Si en aquella cinta el sustrato histórico lo conformó la experiencia de Colonia Dignidad y su líder Paul Schaeffer, aquí la cuota de nazismo la aporta una polémica figura de la literatura nacional: Miguel Serrano. El montaje, que ocupa de manera rotunda el enorme espacio de Matucana 100, sirve como centro de filmación y de exposiciones. Algo que ya es parte del modus operandi del dúo.

Ustedes han conformado, uno de los equipos artísticos de mayor duración en nuestra escena, ¿cómo han evolucionado en su modos de enfrentar y desarrollar obras a lo largo de estos años?

Joaquín: Ha ido mutando según el paso del tiempo y de los proyectos, pero no de manera lineal. Es cierto que “Los Hiperbóreos” es una exposición y película que ha requerido más personas, ayuda y colaboración que cualquier otro proyecto. Esto es al menos cierto en términos de tantas personas trabajando en un tiempo corto. El rodaje formal de “Los Hiperbóreos” fue de dos semanas y media y trabajaron alrededor de 30 personas, hicimos antes un taller para hacer parte de las escenografías y personajes que reunió a 25 talleristas.  Esta cantidad de gente en un período corto es una novedad para nosotros. En “La Casa Lobo” (2018) el grupo de gente que nos ayudó y que trabajó es mayor, pero repartido en 5 años y en muchos casos de manera muy informal. Pero el cortometraje “Los Huesos” (2022) tiene un equipo de no más de 8 personas en total y fue hecho en lógica de pandemia, no más de 3 a la vez.

Me imagino muy diferente a lo que hacían en sus inicios

Joaquín: Claro, si comparas eso con las producciones de Lucía (2007) y Luis (2008) puedes notar un gran crecimiento, porque estos cortos fueron hechos por Niles (Atallah), Cristóbal y yo, con Natalia Geisse en escenario y Paula Navarrete en voz. Tuvimos ayudas y muchos agradecimientos, pero fundamentalmente por prestar una cámara o aguantar la tierra que metimos a los departamentos en que vivíamos con más personas.

Estos cambios tienen que ver también con que pasamos de ser artistas visuales haciendo piezas audiovisuales y de animación a cineastas. Este cambio es psicológico pero también está asociado con la manera de producir cine y arte. El cine tiende a la colaboración. Llamas a artistas para que sumen a la visión o idea que tienes. No es una asistencia, es un aporte artístico. Es imposible controlar todos los factores de lo que traen las personas que se convocan al proyecto, y eso hace que sea un arte muy bello.

Y el crecimiento que experimentaron, ¿fue una demanda externa, tras la buena acogida de sus obras?

Cada proyecto tiene su escala, una cosa de la que tratamos de escapar es de la idea de que se debe crecer por que sí, o de que existe una manera de hacer las cosas y eso tiene que ver con más recursos económicos. ¿Te has fijado que muchos proyectos de series de televisión fracasan al pasar a película? Yo creo que eso es porque se entiende que hacer una película implica cierto nivel de producción fijo. Eso es muy erróneo, te puede hacer perder el centro de lo que te gustaba de tu proyecto. Nos gusta tener dinero para que las personas con que trabajamos logren hacerlo con tranquilidad, pero no nos gusta la idea de crecer por crecer.

Cristóbal: Hay una idea que se ha ido cristalizando, al menos para mí, a lo largo de los quince años que llevamos trabajando juntos: no debemos diseñar obras, sino que debemos diseñar metodologías. Pienso que el proceso de hacer arte debería ser un juego y nosotros diseñamos las reglas básicas del juego, pero muchas personas están invitadas a formar parte de él. Eso ocurrió en “La Casa Lobo” y está ocurriendo ahora en “Los Hiperbóreos”. Para mí es una idea liberadora porque la obra no depende completamente de nosotros, es más bien una cosa orgánica que nosotros plantamos, pero crece sola.

En sus obras aparece casi invariablemente una inclinación por el horror, por lo ominoso o lo siniestro, salpicado habitualmente por una dosis de humor negro. ¿Se trata de un gusto compartido por ambos? ¿Como se dio?

Joaquín: El horror y el terror es algo que se nos fue dando de manera muy descontrolada al comienzo. Yo diría que hasta “La Casa Lobo” era algo que no sabíamos bien por qué se nos colaba por todos lados. Cada decisión que tomamos parece apuntar en esa dirección: cuando tenemos que mover un personaje de un lado a otro la idea que más nos gusta es molerlo, cortarle la cabeza y rehacerlo en otro espacio. Nos gustan los susurros y el misterio de imágenes que no terminan de explicarse. “La Casa Lobo” fue de alguna manera la obra con la que entendimos cómo domar esa tendencia y darle un cauce. Mientras imaginábamos esa película y producimos otras obras o cortometrajes, comenzamos a entender cómo abordar lo político. En lo personal cuando era muy joven me costaba entender cómo abordar algo tan pesado como los grandes temas de la historia política de Chile en una obra de arte. Me parecía todo muy serio y solemne, me recordaba las misas de domingo y la pesadez de los eventos de gobierno. Nada de eso me interesaba. Con Cristóbal comenzamos casi todas nuestras obras como grandes bromas, nos reímos mucho con las ideas que más nos gustan, pero terminan siendo terror político. De alguna manera somos humoristas frustrados. Esto lo digo muy en serio. Me parece que el humor y el terror son maneras más entendibles para nosotros y creo que para muchas personas de entender lo político y de tratar de abordar temas que de otro modo se levantan como muros infranqueables que sólo pueden atravesar quienes están de acuerdo contigo desde un comienzo.

Cristóbal: Siguiendo lo que dice Joaquín, yo diría que es humor negro, salpicado de horror. Puede que a veces el salpicado horroroso sea demasiado y se vuelve sopa, pero definitivamente pensamos nuestra narrativas mucho más desde el humor. Y sí, creo que es compartido por ambos, quizás es la base de nuestras conversaciones y es el tono predominante en nuestro taller.

Ya lo adelnataron, es horror, es humor y es historia política… “La Casa Lobo”, “Los Huesos” pasan por ahí ¿Leen historia, se interesan por aspectos historiográficos específicos o más bien escogen ciertos episodios por sus posibilidades narrativas y simbólicas?

Joaquín: Yo en lo personal leo por placer siempre. Me he dado cuenta de que me da placer leer novelas. Mas que cualquier otra cosa. Pero estamos siempre investigando de manera superficial distintos temas (muy en la lógica de conversación y de búsqueda de google). Cuando un tema nos apasiona e interesa lo investigamos más a conciencia. Leímos y vimos bastante sobre La colonia dignidad para hacer “La Casa Lobo”, leímos sobre Diego Portales y Jaime Guzmán para hacer Los Huesos, etc. Ahora para Los Hiperbóreos leímos bastante de Miguel Serrano, pero no somos historiadores ni hacemos obras que quieren ser objetivas. Creo que la metáfora más clara es que leemos e investigamos como quien llena una piscina para tirarse un piquero y nadar. Una vez que sentimos que estamos en la zona en que entendemos el problema, nos olvidamos de los datos y nadamos en nuestra idea.

Cristóbal: Imagino las obras que hacemos como sueños. El sentido que tienen estos referentes históricos en nuestros trabajos es el sentido que tienen para nosotros simbólicamente. Es totalmente subjetivo y arbitrario, pero (y creo que estamos de acuerdo en esto) está bien que sea así. Me gusta la arbitrariedad de los sueños, me gusta la manera en la que la realidad se reorganiza en los sueños de una manera no jerarquizada, mezclando elementos de la política, de las películas que viste, de tu familia, de tu vida sexual, etc. El sueño es el ideal de obra para mí. Creo que intentamos establecer metodologías para ir en esa dirección.

Hablemos de Jaime Guzmán en sus obras. En Los Hiperbóreos aparece y antes, en Los Huesos, era el protagonista, de una suerte de Danza Macabra…

Joaquín: Incluso viene de antes, hicimos un video -que es como un cadáver exquisito- llamado “La Bruja y el Amante”, donde al final se descubre que Jaime Guzmán, en formato duende andrógino, es el responsable de las calamidades de esta parte del mundo. Nos gusta imaginar que estamos creando una suerte de mitología nacional o regional, algo similar a El Señor de Los Anillos pero en que los personajes son reales. Spiniak como traficante de humanos, Jaime Guzmán como un ser del inframundo, Miguel Serrano como el poeta visionario, Chadwick como un duende mágico melancólico que quiere hacer el bien, etc. Existe desde hace mucho tiempo en literatura el recurso de tomar personajes públicos de la vida política y transformarlos en figuras poéticas para lograr entenderlos como arquetipos o como partes de nuestra naturaleza. Nos divierte invocar a estas figuras como epicentros de poder simbólico y transformarlos en figuras universales. Lo que en particular me atrae de Jaime Guzmán es que es muy complejo. Pinochet es aburridamente similar a todos los dictadores latinoamericanos: bruto, asesino, ladrón y vulgar. Hasta el bigote y el sombrerito son cosas que se ven en todos lados y con el mismo grado de estupidez. Pero Jaime Guzmán es perverso y sofisticado, intelectualmente muy profundo y con grandes capacidades de argumentación.

Cristóbal: Creo que la primera vez que Guzmán apareció en un trabajo nuestro fue a propósito de un sueño que tuve poco tiempo después del gran terremoto del 2010. En el sueño, los temblores en Chile abrían portales por los que volvían los muertos. Se me revelaba que la culpa de los temblores la tenía Jaime Guzmán. Este sueño se coló en La Bruja y el Amante, que es un corto que hicimos como una especie de Cadáver Exquisito, cuando con Joaquín no estábamos viviendo en el mismo país. Primero aparecía simplemente mencionado, y luego Joaquín lo materializó como el duende andrógino que él menciona. Nos demoramos un par de años en terminar el corto, y creo que estuvo marcado por nuestro regreso a Chile después de algunos años en el extranjero, el corto partió tratándose de otras cosas pero terminó tratándose de Chile y específicamente de Jaime Guzmán. Desde entonces ha estado metido en muchos de nuestros trabajos. Jaime Guzmán es misterioso, tiene una dimensión mítica muy grande, en parte supongo porque él mismo se preocupó de construir una imagen de ser espiritual, al margen de los pequeños enredos humanos.

El método de producción de sus películas supone rodajes en centros culturales y la participación del público. ¿Ganas de experimentar con otro formato de rodaje?

Joaquín: Creo que ahora estamos por un lado con ganas de seguir creando sistemas de producción fílmica abierta (exposiciones y rodajes al mismo tiempo) y por otro lado con ganas de volver a recluirse en el exquisitamente lento y pausado proceso de animar. No tengo una respuesta clara aún. Somos bien reticentes a obligarnos a tomar caminos que no queremos transitar, vamos viendo caso a caso.

Cristóbal: Cada proyecto tiene su lógica. Hay que ir viendo paso a paso cómo evolucionan los proyectos y cómo evolucionan nuestras realidades familiares. Yo estoy muy orgulloso de las metodologías que hemos ido creando y creo que sería un error pensar que tenemos que crecer, volvernos serios y hacer rodajes cómo se hacen profesionalmente. Me gusta mucho que hemos encontrado nuestra propia manera de ser profesionales. Creo que el arte no debe ser un sistema en el cual uno se inscribe, sino que el hacer obras es también crear un sistema propio para la producción y distribución de esas obras. En eso hemos estado y creo que sería un error tremendo desechar las lógicas y metodologías que hemos ido desarrollando, pero obviamente eso no significa necesariamente que tengamos que filmar siempre en museos.

¿Con qué se encontrarán los espectadores de Los Hiperbóreos?

Joaquín: Se encontrarán cada día con algo distinto. Por un lado verán pinturas, por otro sets y marionetas de una película, con un rodaje grande y luego con un rodaje muy pequeño. Se encontrarán con artistas y amigos trabajando. Y potencialmente con un café gratis.

Cristóbal: Una mezcla entre la casa del terror y un taller de artista.

En sus piezas se combinan técnicas y estilos. Para esta película cuáles son los referentes visuales más destacados.

Joaquín: Esta película trata de dialogar con Melies y Segundo de Chomón. Intentamos viajar a los orígenes del cine, cuando aún no se había escrito la gramática de la edición que la rige hoy. El resultado por lo tanto es un tanto bruto, grueso e inesperado. Incluso para nosotros. Creo también que aparece algo de David Lynch (pero porque nos gusta mucho), a mi en lo personal me ha resonado algo del Teatro de Chile y Manuela Infante, se nos empezó a aparecer también Lars Von Trier y su Dogville. Estuvimos viendo además muchas películas de ciencia ficción de los años 40 a los 70 y eso se nos quedó pegado. La idea original de esta película era hacer una versión local y personal del cine de efectos especiales y de ciencia ficción, pero poco y nada queda de eso, más que las ganas de levantar un mundo posible con un par de efectos simples y la buena voluntad del público y la cámara.

Cristóbal: Añadiría a La Troppa, Jan Svankmajer, Michel Gondry y Karel Zeman. También me he acordado harto de Roger Ballen y de la exposición Transformers, curada por Mario Navarro. Me gusta la idea de que las exposiciones están habitadas por fantasmas de exposiciones pasadas que ocurrieron en ese lugar.