Por César Gabler
Javier Rodríguez Pino (Santiago, 1981) ha convertido al dibujo en una herramienta de uso múltiple y de reconocimiento internacional, lo demuestran sus exposiciones en Bogotá, Madrid o Praga. Y más recientemente IRA, expuesta en el MUSAC, de Castilla y León. Dueño de un virtuoso manejo de la forma, sus láminas se pasean con seguridad por el fotorrealismo y el expresionismo, lenguajes resueltos con amplio abanico técnico (grafito, aguadas, xilografía). Aquellos recursos los pone al servicio de la historia, o de sus historias. Porque su obra puede leerse como una novela gráfica en la que se despliegan los capítulos mas oscuros de la historia reciente chilena, abordados con una óptica que se nutre del cine, las historietas y los videojuegos. Eso le permite deambular entre el documental y la ficción pura o hibridar realidad y ficción con toda libertad. Lo reflejan obras como “Malos” dedicada a analizar sin prejuicios el fenómeno de los encapuchados o “Anticristo” que es una historia de venganza contra unos agentes de la C.N.I donde realidad y terror parecen una.
Para hablar de su trabajo, su inspiración y la lógica que hay tras sus proyectos quisimos conversar con el artista.
¿Cómo describirías la forma en la que trabajabas en tus inicios?
Tendríamos que aclarar qué inicios. Pues si con inicio te refieres a cuando salí de la universidad, yo te diría que sí, que hay diferencias grandes, que pasan, sobre todo, por el cómo entendía la práctica artística o el ser artista. En esa época la percibía de una manera bastante rígida y normalizada, como una profesión, con reglas y pasos a seguir que debían estar muy definidos. También, muy apegada a conceptos y teorías, por lo demás, casi siempre grandilocuentes. Tenía la idea de que el arte debía ser algo muy racional, profesional y profundo (una profundidad en el peor de los sentidos, es decir una profundidad superficial). En definitiva, el artista como un latero e impostor, porque pensaba que así me iba a ir bien. Claro, eso estaba unido a la idea del éxito y de todas esas tonteras que piensas cuando sales de la universidad. Todo ello, no solo produjo un arte poco singular y vaciado de subjetividad —que, realmente, no era muy bueno salvo algunas piezas— si no también, que me hacía poco sentido a mi.
Bueno, mucho del llamado arte contemporáneo tiene el sello de la “importancia”, tratar temas significativos parece la fórmula para validarse ¿Cómo saliste de eso?
Cuando me empezó a importar un pepino si me iba bien o si lo que hacía era arte o no, se produjo un giro importante. Eso habrá sido, más o menos, a partir del año 2011. Y ello pasó porque en algún momento me di cuenta que una de las principales razones de dedicarse al arte —en su estrecho vínculo con la vida y no tanto con una profesión— es la de hacer cosas que te gustan y disfrutas, como se hace con el más divertido de los juegos. En efecto, hacer arte tiene que ser parecido a cuando estás viendo una buena película y no quieres que ésta termine. Entonces, fue en ese momento que me reencontré con el dibujo y las historias. Digo me reencontré porque eso era lo que hacía cuando cabro chico, para divertirme. A partir de ahí cambió mi posición frente a la práctica artística y, en consecuencia, toda mi metodología. Al disfrutar más, empecé a experimentar y hacerle tanto caso a la razón como a los sentidos. Eso llevó a que la sorpresa -en cuanto clave del pensamiento sensible- fuese uno de los aspectos fundamentales de mi trabajo.
Interesante el desvío, pensaba en tus inicios más “profesionales” y tu viajaste a la infancia
Claro es que no veo mayor diferencia, pues en este minuto hago lo mismo. Construyo desde el dibujo figurativo, historias y escenas en las que yo mismo me sumerjo en ellas. A veces los dibujos son recuerdos (por eso aparece la historia de Chile y el barrio en el que crecí), otras actúan como proyecciones de temas que me interesan (la violencia, el terror y la muerte) o en ocasiones pretenden ser otra cosa (una película, un video musical o un cartel). Pero siempre configuran espacios, situaciones y formas que quiero vivir, y dibujarlas es la manera más próxima de ser y estar ahí. Es como lo que dice John Berger: para dibujar una montaña, hay que hacerse montaña
Para todo eso que dices también te habría ayudado la pintura, que practicaste durante un tiempo, ¿por qué abandonaste ese medio?
Porque hace mucho tiempo me di cuenta que era un mal pintor y porque soy muy flojo e impaciente. Yo dibujaba con el pincel, nunca entendí ni se me dio eso de la mancha (al menos con óleo, pues con la tinta y acuarela sí, pero para ser pintor tienes que pintar con óleo, jeje). Entonces quedaba una pintura siempre muy delineada, fea, fea. Ello lo digo en virtud de lo que para mi es una buena pintura (porque, en efecto, me gusta mucho la pintura). Además, la pintura, o al menos como yo la veía, necesita mucho proceso y tecnología. El dibujo, es directo y su única tecnología es un lápiz. No hay disolventes, barnices ni paleta de colores. En consecuencia, resulta muy efectivo para mi flojera e impaciencia. Tú me podrás decir, “bueno, pero ahora también haces grabado, y eso requiere mucho método”,
De hecho, sí, tiene harta cocina también…
pero el grabado no deja de ser un dibujo, y aunque tenga toda la “cocinería” del mundo, es, en la mayoría de las veces, muy directo. Siempre ves un resultado de manera inmediata ya sea con la gubia sobre la madera o el buril sobre una plancha de metal. En cambio, con la pintura no, hay capas, capas, y más capas y recién en la capa número 57 empieza a asomarse una figura. Insisto, lo digo bajo el marco de lo que para mí debería tener una buena pintura: manchas y capas.
Entonces, podría decirte que esta aproximación metodológica con el dibujo rápidamente se transformó en una posición epistemológica (palabra latera, lo sé), que me ha hecho valorar su exigua materialidad —como la fuerza de una simple línea— y su radical arcaísmo pues, en términos históricos, es muchísimo más viejo que la pintura al óleo. En este sentido, hay algo pretérito, frágil y simple en el dibujo que lo hace misterioso y sensual, pero también, muy político. Porque, y volviendo a Berger, dibujar hoy, ante el totalitarismo de la imagen híper técnica, satisface una necesidad de resistencia generalizada.
Y ya que hablas de resistencia, una figura que se hizo presente en tu obra fue la de los encapuchados, y les diste voz, a través de un reportaje gráfico, “Malos”. De otro lado, y apelando a la memoria histórica, has abordado a los agentes de la represión, como lo hiciste en “Anticristo”
Me parece importante señalar que yo no llegué a trabajar con temáticas vinculadas a la violencia —y, específicamente, la violencia política— porque de manera racional, antes de hacer un dibujo, me haya propuesto trabajar con ese tema. Fue el dibujo el que me llevó al tema, y no el tema al dibujo. Esa diferencia, es muy importante porque tiene que ver con el giro metodológico, pero también epistemológico (nuevamente, la palabra fome) de mi trabajo. Es decir, el tema —la violencia, la violencia política— surge como una posibilidad de figuración, de realización de un dibujo que solo existe en mi cabeza porque esas figuras están alojadas allí de antes, como espectros, en mi subjetividad.
En este sentido, yo no busco trabajar con la violencia política chilena porque crea que es un tema o contenido que dote a mis dibujos de una especie de seriedad o porque quiera “transmitir” un mensaje con ellos. Si no que lo hago porque la violencia, como en el caso de muchos y muchas chilenas nacidas a principios de los años 80, marcó nuestras vidas. Y a mi me siguió influyendo como estudiante y ahora profesor de una universidad profundamente marcada por la violencia política, me refiero al ex – pedagógico (actual UMCE). Ahora bien, esa experiencia va acompañada por otras más, como la familiar, la musical, la amistad, el cine, etc. Todas, finalmente configuran un archivo de recuerdos y proyecciones que son los que inspiran mis dibujos. Entonces, podría decir que la violencia es un archivo importante, pero uno más dentro de mi memoria. Y ésta es la que deseo explorar en mis dibujos. Es decir, para cerrar la tremenda vuelta que me estoy dando, mis dibujos se aproximan al problema de la memoria —la mía y la colectiva—, donde la violencia ocupa un rol importante, pero no el único.
Pero igual hay una clara dimensión política, las figuras que eliges en muchas de tus obras han sido claves en la historia reciente…
Con lo que te acabo de señalar no busco despolitizar mi trabajo, porque realmente me interesa esa dimensión. En efecto, pienso que algunos de mis trabajos pueden ayudar a comprender episodios de violencia que son absolutamente controversiales, pues estos no han sido estudiados en todas sus dimensiones, como, por ejemplo, la sensible. Sin embargo, no me gusta que sólo sean mirados desde allí, porque esa dimensión política, como otras entre muchas que derivan de mi trabajo, es resultado de algo muchísimo más complejo que tiene que ver con mi memoria y subjetividad.
¿No te preocupa que pueda ser visto como algo maniqueo? ¿una apología de los buenos contra los malos?
No, no temo, porque en mi trabajo no busco transmitir un contenido determinado, mucho menos con parámetros de objetividad como lo harían otras ramas del conocimiento a las que sí debemos exigirles no caer en esos maniqueísmos. Precisamente por la puesta en valor de mi subjetividad, en mis proyectos puede aparecer cierto maniqueísmo en tanto parte importante de mis referencias se constituyen desde ahí. Me refiero al cúmulo de historietas, dibujos animados y películas que he visto donde la idea del bien y del mal es una herramienta narrativa y no una verdad.
Adelantaste mi pregunta, porque llevas casi una década contando historias
La narrativa y el relato han jugado un rol importantísimo. Me han permitido realizar películas mediante lo que más me gusta hacer, dibujar. Me gustaría mucho hacer películas de verdad—me encantaría, por ejemplo, haber realizado El Padrino—, pero éstas requieren presupuestos millonarios y un nivel de gestión que mi flojera endémica no me permite. Además, como ya señalé, me gusta mucho dibujar. Tengo una relación con el dibujo que es vital, y no puedo pasar mucho tiempo sin dibujar. Entonces ¿Te imaginas cuantos días de dibujo perdería haciendo una película? Si son más de diez, me enfermaría. Te cuento todo eso, porque si bien me gustan mucho los cómics y no desconozco la relevancia que tienen en mi trabajo, es más bien el cine lo que está presente a la hora de pensar mis dibujos y sus relatos.
Ahora que lo dices, no me extraña, tus historias tienen una lógica más próxima al storyboard que al cómic en estricto rigor, y casi siempre ligados asuntos históricos con un sustrato de ficción, próximo a géneros como el terror y el misterio, aunque más recientemente pareces haberte inclinado por obras puramente ficcionales,
Sí, pero es un vaivén. Yo me he atrincherado en el dibujo, me gusta eso de tener una trinchera. Pero esa trinchera la he intentado estirar lo más posible porque si no se hace muy aburrida. Es por eso que en un mismo proyecto pueden existir distintas técnicas, tales como el grafito, el carboncillo, la tinta china, la xilografía o el agua tinta. Incluso, diversos registros que van desde un dibujo fotorrealista que imita la imagen de un periódico, a un grabado súper expresivo cuya única referencia es mi propia memoria.
Entonces, el vaivén entre documental y ficción responde más o menos a la misma urgencia de no aburrirse haciendo siempre lo mismo. Pero no sólo eso. Hay historias que se me ocurren dibujando, y en estos dibujos aparecen elementos fantásticos —casi siempre de terror— que te llevan de manera natural a plantear un relato cruzado por la ficción. Mientras que hay otras historias, reales, cuya radicalidad, a mi juicio, alcanza aspectos tan poéticos y transformadores que me sobrecogen. Debido a ello, me dan ganas de contarlas sin el cruce con la ficción, más apegada a los archivos y a la historia en tanto ciencia social. Ese fue el caso de “Fantasma”, la serie de dibujos que narró la historia del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, desde sus inicios a fines de los años 70 en Cuba, hasta el atentado a Pinochet el año 1986. Y asi es también con la exposición que actualmente se exhibe en el MUSAC. Ésta no tiene elementos de ficción, sino que narra una historia real, la del obrero español Antonio Ramón Ramón. Antonio, a principios del siglo XX viajó a Chile para atentar contra el General Silva Renard, quien dio la orden de acribillar a las y los trabajadores del salitre que se refugiaban en la Escuela Santa María de Iquique. Entre ellos, estaba Manuel Vaca, medio hermano de Antonio. En consecuencia, la historia de Ramón Ramón es una historia de venganza política, pero también una historia de amor entre hermanos. La figura débil de Antonio (estaba muy enfermo) que, sin embargo, se transforma en un vengador, producto del amor, me conmovió profundamente.
Actualmente, estoy empezando a trabajar en una próxima “pelicula dibujada”, en conjunto con la curadora chilena Soledad García. Pretende ser un proyecto grande, de larga duración (como los que me gustan) y que va ser mostrado en varias etapas. Este proyecto, contempla elementos de ficción bastante protagónicos, vinculados al terror. En este sentido, retoma la línea de “Anticristo”, exposición y libro que mezclaba, a modo de falso documental, el cruento episodio de la Operación Albania (protagonizada por la CNI y el FPMR en 1987) con el mundo de los vampiros.
Entonces, como te señalé al comienzo de esta respuesta, mi relación entre documental y ficción siempre es un vaivén.