Por César Gabler
Gerardo Pulido (Santiago 1975) artista y docente universitario ha desarrollado una obra que lo mismo atiende a las posibilidades de los materiales que al contexto social y cultural que lo rodea. De reconocida trayectoria local e internacional, tuvo una reciente y muy estimulante exposición en Puerto Rico, que continuó los alcances de su exposición individual más reciente “Mamarrachos” (2021) realizada en el Museo de Artes Decorativas (MAD). Ahí se combinaban con un controlado desenfreno, si así cabe decirlo, la decoración y el adorno más espúreo con citas a la historia del arte barroco y moderno, sumados a los efectos ilusionistas, que tanto lo caracterizan.
En los primeros años de tu carrera tu obra tenía un marcado sabor sociológico. En la serie “La Conquista del Pan” apelabas sin duda a la condición esencial de aquel producto, era alimento y también masa de modelar. ¿Querías criticar, comentar el Chile de entonces?
Me gustó eso de “sabor sociológico”. Pareciera una expresión contradictoria: alude a degustar, al gusto, y a una actividad, la sociología, que relacionamos bastante con el intelecto. La supuesta dicotomía entre percepción y razón es superada de un solo golpe por tu expresión, propósito que, en todo caso, persigo en mi trabajo desde la década del noventa hasta hoy. Además, hablar de “sabor sociológico” calza muy bien con el material principal que literalmente yo manipulaba esos años: miga de pan. Como sabes, este alimento me servía para realizar esculturas mínimas, por así llamarlas.
No sé si yo describía por ese tiempo, con mis miniaturas, el Chile de la transición democrática, por ejemplo, pero sí me esforzaba por anclar cada obra a mi entorno, por situarla, como se dice ahora, esfuerzo que sigo manteniendo. Es bien probable que un interés inicial por la sociología decreció en mí, no porque me haya gradualmente desapegado de la realidad sociopolítica. Si de actividades especulativas y sociales se trata, me quedo al final y sin dudarlo con el arte. El arte es un terreno especialmente fértil para la invención, para imaginar cosas, ¿no?
En tu primera exposición del MAVI del año 2009 recuerdo muy bien unos dibujos sobre muro resueltos con un material adhesivo de color dorado. El imaginario era híbrido y cargaba ya con esa mezcla de alta y baja cultura que es aún característica de tu obra. ¿Qué asuntos te ocupaban entonces? ¿Cómo los trabajas hoy?
Ese material adhesivo era pintura acrílica dorada. No pinté directamente sobre el muro sino que adherí la pintura a él. Para tal fin ocupé pegamento para papel mural, producto que alguna vez me recomendó Tomás Rivas, con quien expuse en esa oportunidad en el MAVI. Aprovecho de agradecer una vez más a Tomás la sugerencia, bastante clave, la verdad. La muestra fue bipersonal, curada por Cecilia Brunson; se trató de la exposición con que indirectamente se estrenaba Fundación AMA y sus becas, becas adjudicadas por primera vez a Tomás y a mí.
El trabajo al que aludes lo llamé Un galón, una acción. Realicé seis dibujos, como tú les dices, cada cual en el suelo, sobre un plástico transparente, valiéndome de un galón de pintura. Ejecutaba cada imagen con un gesto continuo, sin interrupciones. Así, cuando se acababa la pintura, yo terminaba la obra.
Me fabriqué una herramienta especialmente para la ocasión, muy hechiza pero que me enorgullece: un pequeño tarro de basura (donde depositaba los litros de pintura), atado a dos cuerdas que hacían de tirantes para colgarme el recipiente como una suerte de mochila; el tarro, además, estaba conectado a una manguera corta en cuyo interior escurría la pintura, saliendo el material finalmente por una jeringa, la que me permitía tener mayor control en el chorreo. Luego de pintar, esperaba el secado por días, semanas incluso. Cuando ya podía montar la “mancha” seca, la despegaba del plástico para a su vez pegarla en la pared con el adhesivo de papel mural, el que no dejaba rastro alguno en el muro blanco. Se transformaba la pintura en un sticker y el muro, de algún modo, se convertía en suelo. Y la obra, al mismo tiempo, cristalizaba todo ese rodeo para hacer una pintura, rodeo que era una performance, a fin de cuentas.
Este tipo de cuestiones rondaban en mi cabeza, en buena parte resumidas en la relación de la vertical y la horizontal: contrapuntos entre lo ascendente y lo profano, lo religioso y lo económico, el brillo del oro y el falso “bling-bling”, por ejemplo. Y sí, había una impronta o gestualidad personal (consecuencia de una suerte de baile a lo Pollock), conviviendo con imágenes de todo tipo, con una cultura global si se quiere, con ese pastiche visual tan propio de internet. Muchas de estas cosas, pienso, siguen en pie en mi trabajo actual.
En tu producción artística es evidente un gran interés por la historia del arte. No solo la europea, particularmente la de Chile y nuestro continente, sin olvidar, por cierto, la historia a secas, a la que te aproximas con una cierta cautela…
Claro. La historia del arte es ineludible para cualquier artista. Gracias a ella existe su actividad. Una total obviedad. Yo simplemente recalco esa dependencia con ella y juego con algunos antecedentes, como intentado refrescarlos, volver a mirarlos.
Miro con cuidado la identidad cultural. O creo que hay ser muy cuidadoso con ella. El simplismo o la mera caricatura siempre está al acecho. Quizás por lo mismo, prefiero deliberadamente quedarme en el lugar común, incluso explotar el estereotipo: imito, remedo, acudo a fachadas de cosas y no a su interior o presunta alma, por así plantearlo.
Sin duda, pero sin renunciar a un carácter crítico y hasta político en muchas ocasiones, pero evitando las declaraciones explícitas…
Domina lo automático, está clarísimo, y cualquier asunto que exija tiempo, que nos resulte complejo, amenaza con llevarnos a una crisis de angustia y, por tanto, mejor evitarlo. Estoy obviamente exagerando, pero al menos el arte proclive a lo explícito subestima la inteligencia del público, coarta —en distintos niveles— la participación de la audiencia en la obra. Como se esmera en explicarse se hace muy cómplice de la satisfacción inmediata. Pienso, en cambio, simplemente en asumir la incertidumbre, el riesgo, en apostar por espectadores permeables, de una actitud lúdica pero que también compartan la crítica hacia lo instantáneo.
Mucho arte político, como se le llama, ha estado del lado del didactismo, buscando posible y paradojalmente lo contrario al consumo desatado cuya dinámica, lo sabemos bien, consiste en apresar algo y pasar de golpe a lo siguiente. Ha tendido a monopolizar, de paso, la palabra “política” como si el resto de las creaciones poco o nada tuvieran que ver con ella.
No creo ser el único artista que considere que parte de la gracia y del deber de hacer arte radique en estimular el libre pensamiento del espectador, lo que —por supuesto— incluye el pensamiento crítico. Estoy muy convencido del error de controlar la recepción. Es un sinsentido y una total arrogancia hacerle la pega a quien mira.
Junto a Rodrigo Canala, Rodrigo Galecio, Tomás Rivas y Catalina Bauer formaste BLOC, un espacio de creación y enseñanza que hizo escuela. ¿Cuáles fueron los aspectos más relevantes que aportó el colectivo a la escena artística? ¿cómo nutrieron tu propio trabajo?
Ya no trabajo en Taller BLOC. Fui parte activa de ese proyecto hasta el 2020. Y lo fundamos el 2009, con dichos amigos a quienes sigo teniéndoles el máximo cariño y respeto profesional. Aprendí mucho de ellos y de BLOC durante una década, para mí, crucial, irremplazable. Entre otras cosas, aprendí de lo importante que es disponer de un lugar de trabajo, tener hábitos de taller, obligarte a trabajar sin evasivas, pero sin grandes expectativas también. Lo importante en BLOC no era consumar obras maestras sino estar con las manos en la masa. Además, uno se contagiaba no solo de la propuesta del otro sino del entusiasmo del otro por estar ahí trabajando. Desde sus inicios, eso promovió el proyecto y parte de su aporte depende, creo, de ese factor. Su contribución tiene que ver también con la camaradería y la comunicación entre colegas, en medio de una actividad caracterizada por el aislamiento y, a veces, por el individualismo más nocivo. Creo que la gente que congenió con BLOC estaba necesitada de (r)establecer lazos, de conectarse, de (re)conocerse.
“Mamarracho” tu exhibición en el Museo de Artes Decorativas y la más reciente en Puerto Rico abordan muchos aspectos relacionados con las manualidades, el arte de las culturas ancestrales y un humor pop bien desbocado…
Parece que sí, que todo eso es cierto. He llegado a entremezclar un patrimonio de raíz precolombina con imágenes publicitarias, por ejemplo. Algo que parece insólito pero que no debiese serlo, pienso, en el sentido de que es el arte de galerías y museos lo exclusivo y tantas veces excluyente. Hay objetos útiles y manifestaciones que nos rodean que presentan una paralela riqueza estética, riqueza a veces ausente —a mi modo de ver— en mucho arte contemporáneo. Se les llama artesanías, manualidades, decoración o mero entretenimiento, por momentos, de un modo bien despectivo. Ahora, el pop art, en particular, consiguió expandir el “arte serio” fuera del radio de especialistas (Andy Warhol puede ser el mejor ejemplo). Se trató de una plástica de avanzada muy preocupada de restablecer lazos con el público, lazos que otras vanguardias desatendieron o rompieron a propósito. En esto creo que el humor tuvo un rol crucial y, en fin, la cruzada me parece inspiradora.