Por César Gabler
La pintura mural ha ganado un gran espacio en la cultura visual chilena, literalmente. Estaciones de metro, edificios corporativos y cientos de muros de viviendas aparecen decorados con murales de la más diversa inspiración. Entre los lenguajes empleados la abstracción ocupa un lugar destacado. Aquí es conveniente señalar dos hitos que podrían servir de antecedente histórico para mucho de lo que vemos hoy en ese ámbito: el mural de Mario Carreño para el Colegio San Ignacio El Bosque y el paso bajo nivel de Santa Lucía -obra de Eduardo Martínez Bonatti, Carlos Ortúzar e Iván Vial. Hoy luce casi enteramente grafiteado, pero en los años que presentaba su geometría original, podíamos observar un conjunto de bandas rectas que se curvaban en los extremos y que parecían acompañar nuestro recorrido. Los artistas concibieron que la forma de contemplación de la obra implicaba el movimiento del espectador, esa condición definió el diseño de su proyecto. Un mural para sujetos en tránsito.
Justo en ese punto, el de planificar la obra según las condiciones del espacio es que podemos ubicar el proyecto de Elisita Punto para el “Edificio Manuel Montt”. Atenta al emplazamiento, la artista pudo observar que sobre el recuadro en que realizaría su pieza mural se disponían vigas de concreto, cuya sombra en días soleados, dibuja un conjunto de líneas rectas que se mueven con el sol. Esas formas serían compañeras inevitables de cualquier obra. Lejos de leerlo como problema, lo concibió como una oportunidad. Las sombras se integrarían al mural. Un color inmaterial y móvil; cinetismo solar.
El diseño geométrico que proyectó sobre el muro gravillado, está concebido a partir de cinco ejes verticales de color amarillo, que replican parcialmente las vigas que salen de la parte superior del muro. Al interior de los espacios rectangulares la artista dispuso un juego de diagonales que salen de cada vértice y generan la forma de una x que no resulta ni evidente ni monótona, por la forma rítmica en que se dispusieron los planos de color, alternando celeste, lila, rojo y crema, para generar un sutil efecto de profundidad. El menú visual lo completa la sombra proyectada, que recorre el muro y por momentos se alinea con las columnas amarillas.
La paleta luminosa del mural, los efectos lumínicos naturales que juegan con ella, no hacen más que reforzar la idea que parece vertebrar toda la obra: el sol como fuente de luz y de energía. Una pieza que nos permite apreciar con otros ojos, un fenómeno que no por cotidiano, es menos extraordinario.