
En los primeros años de este siglo, una veinteañera Alejandra Prieto comenzó a trabajar desde la fotografía, recreando los más variados objetos, con materiales frágiles o perecibles. Pequeñas esculturas que imitaban con ingenuo realismo, objetos de prestigio cultural como el sillón “Wassily” de Marcel Breuer o un arquetípico iglú, como esos que vemos en documentales o textos escolares. Para el sillón se valía de tallarines, para el iglú de cubos de azúcar. La vida útil de aquellos objetos se reducía a la toma fotográfica, más allá de ese momento, su destino no era otro que la basura o una rápida muerte natural. La obra era la fotografía, en un momento en el que este medio gozó de un inusitado interés en nuestra escena. Pero allí estaba el germen de todo. Porque Alejandra se valía de imágenes familiares cuya presencia era trastocada por una reinterpretación material. Había algo evidentemente juguetón en aquel gesto. El mundo material parecía reducido a una parodia que relegaba la gravedad de las cosas, su destino predecible en el lugar de nuestras percepciones, a un lugar incierto.
Ni enteramente infantil, pese a su apariencia, ni grave como solía ser buena parte del arte aquel entonces. Había un aliento conceptual en aquellas obras, algo de ese universo en miniatura con el que sigue sorprendiendo Liliana Porter; y también un soplo surreal que agitaba la superficie de aquellas cosas, como el de aquella taza de Meret Openheim, cuya superficie peluda, echaba andar las sensaciones de todo aquel que se pusiera a imaginarla con la boca y no con los ojos.
Prieto tenía un particular talento para dejar las cosas en suspenso, permitiendo al espectador interpretar el sentido de aquellas operaciones. Luego vendrían sus esculturas en carbón mineral, quizás las obras por las que es más conocida. Desde una zapatilla Nike a una lámpara de lágrimas, la artista sometió el material a un máximo nivel de exigencia. Las preguntas en torno al material se hicieron extensivas a la materia en general y la llevaron a incursionar en otros registros, como el video o la gráfica y sobre todo a preguntarse por la naturaleza cultural, histórica y simbólica de los materiales. No solo del carbón. Y es que los humanos, se sabe, somos polvo de estrellas. No extraña entonces que en su recorrido haya incorporado la figura humana ni que esta, aparezca -otra vez-atravesada por la materialidad y sus alcances como un aspecto esencial.
En “La Mano y el Agave”, su reciente exposición en Galería Madre, la artista presentó cuatro obras. Una figura humana, de aspecto inquietante y tres representaciones de agaves, esas plantas de hojas largas y filudas que crecen a veces a su aire en los lugares más inesperados, enarbolando sus extremos puntiagudos como defensa.
En esta exposición sigues trabajando con la escultura, pero sin las alusiones al mundo objetual de tus obras anteriores
Cuando en mis trabajos anteriores representaba objetos con carbón mineral, generalmente se leían como una crítica al consumo y los sistemas de producción precarizados del extractivismo. A la medida que fui sumando minerales a mi trabajo, específicamente el litio, mi interés en el cuerpo humano se volvió más claro, al saber que el litio no sólo sirve para hacer baterías, sino que también actúa como estabilizador del ánimo en las personas. Es ahí cuando vi con claridad la relación entre cuerpo, minerales y elementos químicos.
Y aquí además agregaste a los agaves. ¿Qué te sugerían?
Cada día le doy más espacio a los objetos e imágenes que se fijan en mí mente sin saber mucho porqué. Pienso que el inconsciente es una fuerza poderosa para empezar procesos creativos, ya que así pueden ocurrir relaciones inesperadas que se pueden ir entendiendo mientras se hace la obra, después de terminarlas o quizás nunca.
En el caso de la suculenta, cada vez que miro el jardín de mi taller en Melipilla siempre me fijo en el mismo agave. No sé si me gusta o no. Es una planta ambigua, es suave pero sus bordes cortan. No es claramente decorativa como las flores o los árboles, pero tampoco crece espontáneamente como la maleza. Más bien, es una vegetación residual e indefinida. Esa ambigüedad, al igual que la forma del cuerpo humano que acompaña a los agaves, ayuda a dirigir la mirada a los procedimientos y materiales con que están hechas las esculturas. Combinación de tiempos históricos de producción que se expresan en un extrañamiento de los signos.
Tengo la impresión de que tu trabajo, sin abandonar los supuestos conceptuales vinculados a la relación entre imagen, minerales, historia y política, se ha vuelto más puramente escultórico; más sensible a la forma y más intuitivo a la hora de abordar la figuración…
Si, un poco como lo explicaba antes, tiene que ver con la elección de formas a representar. Cada día me fijo más en elementos cuyas formas sean más importantes que su contenido narrativo. Son los materiales los actores principales de mi trabajo. Eso no quiere decir que no estén los supuestos conceptuales históricos y políticos presentes en obras anteriores, ya que, al seguir trabajando con carbón y litio, la lectura extractivista sigue presente, sólo que al representar un cuerpo andrógino -en vez de una zapatilla Nike- abrimos las lecturas hacia terrenos más ambiguos e indeterminados, dialogando más con los intersticios de las cosas que con sus certezas conceptuales.
Pero no desaparece el contenido político de tu trabajo
De cierta manera lo político ahora está desplazado al cómo está hecho algo más que al qué hace. Los contenidos transparentes y claros de lo que nos rodea son los que las artes tienen que cuestionar, junto a los tiempos de consumo de las imágenes o de los objetos. Por eso los mensajes políticos que se leen en instagram, parecieran ser banales e inofensivos, anunciados con un mismo tamaño de imagen, una misma duración de videos, con letras y colores predeterminados, donde finalmente cualquier protesta es asimilada. Es en la ambigüedad de los signos y los sistemas de producción en donde pienso que hay que trabajar.
Tanto el cuerpo como las plantas se constituyen por fragmentos. Lucen limpios y clínicos, pero eso no oculta la presencia de cortes. Pensé en Frankenstein y en las muñecas de Hans Bellmer. Definitivamente una vibra ominosa y surreal recorre tu muestra ¿estás de acuerdo?
Totalmente. Es más, me pone muy contenta que se lea así.
A finales de este año grabaré mi primer corto cuyo nombre es “Nitrógeno”. Ese elemento no lo puedo trabajar escultóricamente, así es que lo llevaré a lo audiovisual. Es en el futuro cuando la eutanasia está permitida. Un joven decide suicidarse y pasa el día con su familia que lo acompaña sabiendo su decisión. Su muerte, dulce e indolora es producida con Nitrógeno.